Federico Villanueva Sainz

Publicado en el Diario de Navarra el 6 de abril de 2019

Federico Villanueva Sainz

Federico Villanueva Sainz nació en Marcilla el mayor de siete hermanos, en marzo de 1939, “cuatro meses antes de que acabará la guerra civil”. Su padre, Luis, era organista y director de la banda de Marcilla, la música le acompaño desde niño. "Él puso la simiente". Con 11 años ingresó en el seminario para estudiar, aún sin una vocación precisa, y allí aprendió música con Gregorio Alegría y Miguel Echeveste o Martin Lipúzcoa. Luego ya en el conservatorio, con Fernando Remacha y Juanito Eraso, piano, composición... A los veintitrés cantó misa. Sigüenza fue su primer destino, como padre espiritual en el seminario menor. Recaló después en Estella, como vicario parroquial y sirve en Pamplona desde 1970, en la parroquia del Huerto, con Javier Garde. 49 años lleva en el barrio, con sus gentes, con sus voces, con su cariño. “La labor parroquial es la vida de la gente, los bautizos, las confirmaciones, comuniones, pero es también todo lo que se puede hacer por las personas”, explica. Está contento con la respuesta de los feligreses, en tiempos de iglesias que se vacían. “De diario vienen más de 80 personas y el domingo, bastante bien”, describe que comparten trabajo pastoral con los colegios del Huerto y San Cernin.

San Juan empezaba a crecer cuando vinimos”, apuesta apunta y explica que, al poco, fundó con Julián Zamora la coral Ipar Doñua, ahora formada por vecinos de Pamplona, Orkoien, Etxauri,... “Fuimos muchos, y jóvenes, ahora somos menos y la edad media se ha incrementado, pero seguimos”, determina.

Con 80 años, Federico podría estar retirado, pero no tiene intención. Atiende la parroquia, dirige el coro Ipar Doñua e imparte clases de solfeo, de música, a los seminaristas en Pamplona. Lleva años en esta tarea y en estos años ha encontrado de todo, oídos mejores y peores, voces graves y agudas, curas que cantan y otros que hacen lo que pueden.

Fue profesor en la Granja, desde 1980 y hasta 2004, desde que se inauguró y hasta que él se jubiló. “Impartía música y religión, pero también una extraescolar de teatro, qué era lo fundamental, y formaron un coro que cantaba de maravilla. Tenían muchísimo interés, aunque tuvieran que quedarse después de clase, actuábamos en el gimnasio, montaban el escenario de una forma impresionante, todo lo hacían ellos y allí ofrecían las obras de teatro y hasta zarzuelas”, describe. Muchos retazos de aquellos años aparecen en la revista de varias páginas que han editado para Federico. “Lo que puede tener un auténtico cristiano de amor al prójimo es tan tremendo que eso merece la pena vivirlo” ilustra.

También enseñó durante un tiempo a cantar y a tocar el piano a los monjes de la Oliva. Pero con el tiempo ha tenido que dejar algunas cosas, sigue conduciendo y eso le concede mucha independencia, pero no se puede llegar a todas partes. Considera este sacerdote que “el arte y la música son una gracia de Dios impresionante”. Él ha compuesto salmos y misas, entiende que la música es una de las esencias de la vida pastoral. “Dios tiene que estar feliz con ella, si canta el pueblo ¿qué coro hay mejor que el pueblo?”, se pregunta Villanueva y destaca el sosiego que siente cuando acude alguna iglesia del norte de Navarra. “Allí el pueblo participa, últimamente he estado en algún funeral y me quedo arrullado, canta el pueblo”, insiste Federico Villanueva, mientras enseña la revista, el “Hola” que tiene guardado en un armario de la sacristía. No tiene más que ese ejemplar, pero está extrañado porque la noticia llegó a oídos del arzobispo Francisco Pérez. “No sé, ¿dónde la pudo ver?, me dijo que ya la había visto, le hizo gracia”, señala Villanueva. La gracia de la música y el arte y la sonrisa porque aquellos estudiantes se acuerden quince años más tarde del profesor al que tanto quisieron. “Uf, qué bien lo pasamos, fueron años muy bonitos, aún mantengo relación con muchos”, se enfunda la visera Federico y se despide camino de misa, mientras saluda en la calle a una niña de la catequesis. “Es la vida pastoral, estar en la calle, con la gente”.

Pilar Fernández Larrea